sábado, 26 de diciembre de 2009

Teatro, vagones y misterios, ¿o se puede tener dos veces el mismo sueño?




Y esto lo soñé en octubre del 2008 y por razones que no puedo imaginar, anoche también:

Soñé con Mercedes Lozano, tenía un taller de teatro en Letras, supongo que era en Letras, aunque el lugar de ensayo parecía más una mezcla entre un enorme vagón de tren y la sección más amplia de un loft sin restaurar. El espacio era soberbio. En el taller había un grupo como de veinte personas. Nidia  Vincent andaba por ahi rondando, por cierto y por supuesto, no me imagino un taller de teatro en Letras sin Nidia.

En algún momento nosotros visitábamos a Meche en su taller, y yo le decía que habíamos ido por ella para dar un paseo, así que entrábamos a esa especie de loft-vagón de tren montados en un chevrolet de los cincuenta, un coche negro tipo Dick Tracy, amplísimo por dentro, tanto que delante de nuestros asientos había una mesita de centro donde nos habían servido un café con galletas. No había nadie que la hiciera de chofer, sólo estábamos Roberto, ella y yo; Mercedes nos contaba sobre la obra de teatro, los actores, los detalles del vestuario y la iluminación.

Ya no sé si la obra que me contaba y lo que sigue era lo mismo, pero supongo que sí. Ahora que lo pienso y que lo pongo en palabras  me doy cuenta de que todo era una puesta en escena.

Mientras tomábamos el café dentro del chevrolet Meche relató que una vez hace muchos años había ido a buscar a Marito Muñoz a un aeropuerto después de uno de sus viajes por tierras eslavas, Marito traía consigo una especie de maletín negro como de médico, of course my horse su paraguas y su abrigo largo.

Mientras cuento esto imaginen que dentro del vagón se montaba un pequeño aeropuerto, tramoyistas subían y bajaban a través de las paredes y los pilares del loft, las alas de un avión echas de cartón se desplegaban a mitad del escenario y  se deslizaba una escalera con rueditas de donde bajaba un joven muy esbelto personificando a Mario Muñoz...

El maestro Mario estaba especialmente receloso con cualquier gesto de Meche por ayudarle con el maletín, así que ella puso especial atención a eso y olvidó preguntarle sobre el viaje. En algún momento el maletín comenzó a tener un comportamiento extraño, cambiaba constantemente de lugar, de color, de dimensiones incluso.

Los tramoyistas hacían pruebas con diversos maletines que aparecían y desaparecían de escena, algunos de ellos eran maletines reales, otros hologramas, otros más simples dibujos en la pared o artificios de tecnología más refinada.

Mechita no terminó el relato porque habíamos llegado a nuestro supuesto destino y no tengo ni idea de cómo ni a qué horas. Ahora estábamos en el jardín de su casa, yo descendía del chevrolet  y me encaminaba hacia la vista de los árboles del barranco, mientras tanto Roberto entraba a la casa y Meche no sé donde estaría cuando de pronto junto a mí aparecía el maletín de Marito, yo me ponía nerviosa y quería abrirlo sin más, moría de curiosidad, miré y a todos lados y me encontré sola con el maletín, entre el barranco y la casa había más distancia que la que hay en la realidad, veía a los lejos y como figuritas pequeñas a Meche y a Roberto instalándose en la terraza; cuando por fin me decidí estaba sentada en una butaca del auditorio de Letras.

En el escenario un joven Mario Muñoz liberaba los seguros del maletín de médico para revelar el misterio y un suspense se respiraba entre el público, pero yo ya no me fijaba ahora en eso sino en el verdadero Mario Muñoz que estaba sentado en las filas delanteras, hacia la derecha, donde suele sentarse siempre, y junto a él había un pequeño ser con la piel púrpura/violeta harto conocido por mí, sonreía, creí  en ese momento que era un juguete o una especie de marioneta, hasta que giró el perfil y notó que yo también lo miraba.

lunes, 30 de noviembre de 2009

Restaurante



I
No tenía prisa, y tampoco mucha hambre, así que buscaba un restaurante poco concurrido sobre la avenida Cumbres de Maltrata, en la Narvarte; recorrí varias cuadras antes de conseguir justo en una esquina las ganas de entrar a La Casa del Taco. El espacio en cuestión reúnía no más de nueve mesas negras y sus sillas breves; en la mesa de la esquina, pegada a una pared, una mujer comía sola; al principio no la distinguí de una planta de ornato muy alta que la mimetizaba.

Tomé la mesa del centro, decidí comer con toda la calma y la parsimonia posible; en mi caso es un esfuerzo particular porque suelo dejarme llevar por la inercia de horarios de oficina de una época. A mi derecha se sentó una familia: papá, mamá e hijo jovenperononiño-jovenperonohombre. Al principio sólo él hablaba; su charla iba por una caminito revolucionario, que si el gobierno pérfido esto, que la corrupción, ¡malditos burócratas, pinche sistema! Según entendí se dedicaba al diseño gráfico, buscaba con sus carteles mentarle la madre al gobierno como nunca nadie lo haya hecho antes en la historia de la gráfica mexicana (sic), los padres celebraban su talento inigualable y su ferviente participación civil, su compromiso...

Pronto cambiaron de tema y el hijo comenzó a comer con una premura que contrastaba con cierto dejo de glamour de los padres. La conversación se desvió hacia el dinero, sus cuentas, estrategias de inversión. El hijo pasaba velozmente de su plato al de la madre y de ahí al del papá en una danza de tenedor que trazaba su triángulo y lo recomponía sin orden.

Frente a mí un hombre solitario y malhumorado miraba de reojo a la mujer-planta de antes. Seguí su mirada y entonces otra vez ella tuvo mi atención, su voz se hizo más clara. Hablaba de nuevos términos, otras vidas, bocas abiertas que se muerden con fuerza y muslos que resbalan. El hombre solitario todo nervioso perdió el mal humor, se secaba el sudor recurrentemente, resoplaba. Mientras tanto, ella en el teléfono suplicaba a un amante perdido que volviera y prometía episodios sexuales más complejos que los que vivieron, felatios espectaculares y una lubricidad sui generis. Cada vez subía más la voz y el tono de las ofertas al punto en el que todos pudimos enterarnos a detalles de sus técnicas amatorias y el calibre de su lascivia.

Quiso la anfitriona restaurar el orden del ambiente y se acercó a su mesa, casi como un reclamo le dijo “¡¿quiere su postre, señorita?!”(aunque yo encontré el comentario poco apropiado), aun así nada detuvo a la joven de la planta, sólo le hizo una señal para indicarle que sí y le guiñó un ojo pícaro, y sin apenas inmutarse un pizca reanudó su charla. Yo al menos pronto perdí el interés y creo que el resto de los comensales hicieron lo mismo y seguimos cada quien con nuestros platos que para entonces se habían enfriado del todo.

De pronto la madre del trío familiar instigaba al hijo para que pusiera en práctica sus clases recientes de alemán y el padre le hacía cariñitos extravagantes que no eran otra cosa más que puñetazos delicados y gruñidos que fueron de menos a más hasta volverse ladriditos. Pronto el estímulo rindió frutos y el hijo habló, masculló y casi también él ladró algunas frases que mucho se parecían al alemán más auténtico.

La mujer del amante perdido pidió la cuenta, y en el último momento todos la seguimos con la mirada y con certeza también detrás de ella se fue nuestra imaginación colectiva. Cuando cruzó la puerta noté junto a la barra a una mujer muy joven que lloraba con disimulo, apenas se notaba un encorvamiento tristísimo de sus hombros. Me dio una ternura infinita el tacón roído de una de sus zapatillas que mostraba su suela hacia mí y sus escasos modales en la mesa. Tenía una figura preciosa y su cuello largo, aun llevado sobre su barbilla, era notable. No creo que nadie más haya visto que lloraba. No pude terminarme el plato así como estaba, completamente frío. Pedí pronto la cuenta y me crucé en el umbral con un niño de ocho años que apenas entrar exclamó: “¡mesa para cuatro y que nos atienda Magda, por favor!”

México, D.F. 16 de junio 2007


jueves, 26 de noviembre de 2009

La página trece


Me está consumiendo el sentido común la idea de que sea esta noche, este medio día o esta media tarde “el día” que se cruce en mi camino. La cinematografía está cobrando uno de sus efectos más caros en mí: fantasear con una esquina edificada con el único propósito de hacernos tropezar y tener en el suelo un reguero de libros y bolsos que nos obligue a mantener la frente pegada a la frente en el nuevo orden de los objetos: no saber qué es suyo ni qué es mío. Demasiada televisión.

Debe ser por eso que voy cambiando sus nombres, sus aspectos, sus voces. No consigo hacer tierra en ningún puerto, ninguno me admite tampoco. Paso de un afecto a otro, creyendo casi de verdad (porque la víscera así lo dicta) que tal o cual parece ser la persona correcta, alguien que sufrirá el designio de mi voluntad de amarle. No fingí ni una sola vez, ni la primera ni la última, a propósito, ¿por qué siempre nos parece que no ha existido amor más terrible y placer más hondo que el último?, insuperable, sencillamente insuperable.

Ahora que echo la vista atrás noto un patrón o será que lo creo o que lo encamino hacia allá. Parece que he puesto todo mi empeño en elegir mis afectos a partir de su imposibilidad, algunos “podrían ser” si no fuera por que están lejos, porque están comprometidos pero infelices, cliché por demás barato, otros por su edad, por su ideología, yo que sé; algunos más por sus ambivalencias. En resumen que nadie está realmente, les noto el entusiasmo un día o dos o más y mi propio interés va desarrollándose exponencialmente hasta que de pronto una desilusión se me instala en el ánimo y todo va yéndose al demonio, yo querría estar, yo querría abrazar, besar, hacer el amor, preparar un té, deslizar los dedos en su cabello, replegármele, dejarle una nota en el espejo, tocar su timbre en la madrugada, tomar a oscuras un baño de agua caliente, besar su espalda, tomar su mano. Pero no está, eso es todo.

Evito las esquinas no por evitar a quien no viene en el otro vértice, sino por no hacer más el tonto de girar una de ellas y encontrar el camino miserablemente vacío de accidentes.

Xalapa, Ver., 16 de mayo de 2003


Foto del álbum Retratos Xalapeños de la serie Los singulares a cargo del colectivo Nacoestética
http://www.flickr.com/photos/singulares/show/


miércoles, 25 de noviembre de 2009

La visita


Para Vicente, cuya paciencia es un halago que poco merezco


Breve, muy breve, lo último sobre día de muertos, antes de que el mes más bonito del año se vaya de nuevo:

"La muerte es una idea que me ha perseguido desde siempre, tiene todos los matices, mil rostros que siempre hallo familiares. La muerte también ha sido un día una fiesta, una circunstancia, fue un desasosiego, una paz con su resignación. Anoche vi estremecerse la luz en los ojos de mi amiga Elizabeth. Tiene miedo de uno de esos rostros. Quise decirle lo que sé pero me di cuenta que no es posible, pocas cosas son tan inefables. Incluso el amor encuentra los caminos para expresarse, yo podría hablarle del amor, ¿pero de la muerte?, tendría que llevarla hacia dentro de mí y ¿cómo se hace eso?, tendría que buscar y rebuscar en mi memoria y en mi ánimo, tomarla de la mano, mostrarle la parte miserable y la de la luz, y después ¿habría ella perdido el miedo, o terminaría en la desazón total? Su padre está mal, no en peligro de muerte, pero ella ha escuchado la alarma que nos ha despabilado a unos cuantos alguna vez, y nos sacudió y nos dijo que estaba cerca, no para asustarnos seguramente, sino para decirnos eso: estoy cerca, una cortesía que no se desprecia.

Uno tiene ganas de correr hacia quién sabe dónde, de gritar quién sabe qué, de golpear, de girar el mundo al revés, uno tiene la energía para hacerlo, cualquiera lo haría si tan sólo fuésemos capaces de descubrir el cómo. Pero no es posible y no queda más que intentarlo, una de las pocas victorias que uno gana sin llegar a la meta es la de la lucha contra la muerte, la victoria está en el intento y no en ganarle, suena a mediocridad , a slogan en la solapa de un libro de autoayuda pero no, lástima que uno se entere hasta que está en la frontera, sólo cuando termina todo lo sabemos, el festejo se celebra después de la línea.

¿Qué podía decirle yo a Elizabeth?, sólo presenciar su monólogo, el rencor que le tenía a la vida, la irracionalidad con que le demandaba a su padre que viviera más porque ella no está lista para perderlo, porque asegura que no lo estará en muchos años, ¿y cuándo está uno listo?, ¿lo estábamos los niños que perdimos a una madre o a un padre?, ¿están listos los hombres viejos que han visto con asombro morir a sus padres de cien años? Uno no la sabe, uno no lo cree, pero para la muerte hemos sido, estamos listos."

Xalapa, Ver., 25 de febrero de 2003

sábado, 3 de octubre de 2009

Refugio y relámpago



I
Mina

Durante años pensé que escribiría sobre mi padre cuando mi escritura tuviera más recursos, más afilado el lápiz, la verdad todavía no, pero las líneas que le tengo reservadas están dispuestas a escribirse solas. Mucho tiene que ver que es casi como escribir sobre mí misma y siempre son inmediatas las autoafirmaciones. Por ello también digo “todavía”, para mantener bien a raya a la confusión y no mimetizarme en él, no llamarme “mi padre”: Óscar, como le llaman las tías de Juchitán, don Óscar para los que no se animan a “faltarle el respeto”, con ese categórico don resonándole en la cara mientras extiende la mano para dar un apretón y sonríe, se aguanta la risa porque le parece taaan solemne. Oscarín para los amigos que lo aprecian tanto, los que lo saben niño y al mismo tiempo cuando pasan a toda carrera frente a su manía de mirar la calle, le saludan lo mismo de lejos que de cerca: “adiós, mi rey”.



Mi rey es mi padre, yo sus súbditos, yo su corte, yo la reina y la princesa y el ejército también. Pero él el rey, siempre.




II

Una luz se estrella en mi cristal y traspasa la ventana, las cortinas, se deshace en la pared . El impacto disuelve la luz fugaz y se disemina en lamparones por la recámara. Todo en segundos. Irremediablemente ya estoy de pie envuelta en mi sábana como un fantasma y se oye a lo largo de la sala los golpecitos ahogados de mis pies de niña contra el piso, abro una puerta y presiento la amenaza inminente de otro estruendo sobre mi techo.


Él, medio dormido, extiende los brazos y un nuevo fogonazo ilumina su rostro, su gesto de refugio. Desde el marco de la puerta a su cama pego tremendísimo salto; creía yo, en aquel momento, que le sorprendí a mitad de la tormenta. Sé ahora que en el primer estruendo, antes de que la luz me traspasara párpados y corazón de miedo, él ya se había arrimado hacia un extremo de su cama y esperaba carrera de niña, brinco y portazo.


III
La mano cada vez más morena de mi padre gira el picaporte. Pone el seguro de la puerta principal. Yo, en otra ciudad conozco con detalle el qué y el cómo, el número de sus pasos desde ahí hasta su cama, sé con precisión de qué lado dormirá, cómo se quitará el reloj, destenderá la cama y se meterá en ella. Sé también su pensamiento último antes de que lo venza el sueño, y el pensamiento de mañana.

Antes de girar el botón de la luz de lectura, me quito el reloj, destiendo la cama, justo cuando el sueño me vence a mí, sabe él mi pensamiento último.


Agosto, 1999.

martes, 29 de septiembre de 2009

Los hijos y sus padres



Espero me disculpen la tristeza, quizás el tono se conserve un par de días, pero pasará, así que indagando en lo ya dicho, lo ya pensado, ya escrito, puesto que estoy negada a escribir un solo sintagma ya mismo, traje algo de la gaveta.

"Los padres también son los hijos de los hijos. También le cantamos a los padres canciones de cuna, los arrullamos para que duerman tranquilos y los vigilamos para espantarles las pesadillas que los torturan, quisiéramos también ahorrarles todos los pesares. Hoy Rebeca, Claudia y yo fuimos al sepelio de la joven hija de un maestro querido. Hubiera querido decirle, en el abrazo, que ella lamentaba tanto no asistir al resto de su vida.


Pensé en mi padre, en la cantidad de vida que tuvo que suceder antes de que él naciera y luego yo, en toda la que vendrá cuando ninguno de los dos esté y en esa cortísima época que nos ha tocado juntos en el mundo, pensé en toda nuestra risa incontrolable y absurda, nuestro repertorio de chistes locales, en sus hermosísimas manos afiladas y morenas girando el seguro de la puerta de la casa, sus camisas alineadas en un closet de mi habitación, en mi cunita de niña que tuve hasta que ya no cupe más, en el bote de chocomilk en la alacena, los azulejos del baño, su taza de café, las dos mil veces que toca el claxon cuando conduce y yo me enojo, en su caja de chocokrispis que desayuna en las mañanas a su sesenta y algo; pensé en mi primer par de zapatos que todavía guarda, todos los abrazos que no nos alcanzan para querernos, el espejo del comedor en Mina que te hacía ver más gordo de lo que eres y estaba puesto ahí a propósito, pensé en las vigas del techo, todas las constelaciones de su rostro, las constelaciones que le heredé y llevo puestas en la espalda; pensé en los fines de semana como la rebelión de los niños que éramos los dos: despertar tarde, comer en la sala, bañarnos a la de tantas, una pijamada de dos adolescentes desenfrenados.

Olvidábamos a ratos quién era el hijo de quién; llorábamos como no se debe hacer en público con las películas que no hacen llorar a nadie, nos burlábamos del que se aguantó al último; pensé en todos sus recados llenos de dibujos, las guerras de comida que tuvimos que limpiar después entre los dos cuando una autoridad de mentiritas nos reprendió con todo y que, como él dice: “podemos hacer lo que queramos, todos los que podían regañarnos ya se han muerto...”

Tuve miedo, como dice Rebeca, de dejar alguna vez a mi padre huérfano de mí. Un hijo debe sobrevivir a un padre, lo otro es contra natura, no porque el dolor de perder al padre sea menor en el hijo. Los hijos debemos tener la precaución de sobrevivir a los padres sobre todo porque desde el otro lado la pena de haber muerto no tendría fin si no podemos regresar para consolarlos, disculparnos por la última falta, prometer que no lo volveremos a hacer y que nos pongan el peor castigo. Esta noche tuve miedo de la fragilidad de mi salud, de lo vulnerable que puedo ser y de mi tontería. Si pudiera tomarme de su mano, a través de todo tiempo y todo espacio, simplemente habríamos dado muerte a la Muerte".

Xalapa, Ver., 18 de enero 2004


Imagen: Padre e hijo de Leónidas Correa, tomado de http://educacion.vivenicaragua.com/400elefantes/2009/09/07/leonidas-correa-el-color-de-la-naturaleza.html

lunes, 7 de septiembre de 2009

De prisa y ausencia


Existen lugares donde la soledad y otras pasiones se refinan, algunos tienen que ver con muchedumbres, con la demasiada compañía. Hay uno contrario a todo eso que me parece notable: tomar un taxi; viajar en el asiento trasero de un auto en silencio, cerca de la medianoche, es una de las soledades más sofisticadas.

Por principio está la no pertenencia, la extrañeza, la conciencia de que el servicio es eso, un arreglo comercial que dura algunos minutos, o un favor tomado de un casi conocido, o un amigo, o un familiar. Es lo mismo. Mientras atraviesa uno la ciudad y mira las rayas de luces por la ventanilla, no hay manera, de verdad, no hay manera de detener el pensamiento, se nos vuela. He pasado algunos de los momentos más desquiciadamente solitarios en un taxi, he repasado mi vida en quince minutos, he reinventado con todas las variantes posibles un futuro cada vez más sombrío. He tenido pesadillas. Creo que es por el movimiento, la estática sienta bien a un espíritu dolido.

La velocidad del auto sólo enfatiza la pasividad del alma, la exhibe con una crueldad terrible. Estar solo en un taxi es un pesar que a poco rato se vuelve físico, se exalta en la garganta cerrada y en la boca del estómago, o en las manos que no hallan cómo posarse de forma natural, y salen y entran de los cabellos, o se persiguen los pulgares o se tamborilea la portezuela o se enlazan con tal rigidez que en nada son dos guerreros luchando a muerte o dos amantes renuentes al adiós, o soledad de manos que no les basta el tacto ni la fuerza ni la caricia.

La soledad se libera en un rojo con una aspiración corta y un suspiro sonoro, un alivio. Al otro rojo ha encontrado otro sitio, las mandíbulas se aprieten, rechinan los dientes y hay un trago de saliva en suspenso. El trance tardará lo que el viaje. Se nos ensancha la soledad adentro.

Yo suelo sentir una especie de asfixia y bajo la ventanilla, pero el viento por muy suave, por muy fresco, también tiene sus violencias. Sufro una nostalgia del mar, de un otoño perfecto, un columpio, un viaje en bici, una carrera, un ventilador de techo. A veces la conversación del taxista o del amigo que se esfuerza empobrece la escena, nos distrae de nuestro cuerpo, de la evocación. A veces nos rescatan o nos hunden más. Para escapar de un taxi hay algunos secretos, fingir que necesitas bajarte en el acto es uno de los más socorridos, huir hacia la conversación quizá sea el más afortunado, culpar al tráfico diciendo “prefiero caminar”, y muchos más, muchos más, inventemos pretextos.


Xalapa, Ver., 13 de septiembre, 2003

domingo, 6 de septiembre de 2009

Las sillas




En la vera de un camino, a solas en medio de una habitación, sobre un techo, atada al capote de un auto en movimiento, una silla de tres patas perfectamente equilibrada, una silla niña, a la orilla de una playa.


Una silla es un hombre. Tiene risa, es capaz de dislocarse en carcajadas; le rechinan los huesos, se planta erguida; dulcifica su asiento con pasarle una palma abierta en el respaldo; una silla es una anciana, te abraza, te reconoce, dice “tanto tiempo sin verte” y la compostura se nos olvida, comenzamos a mecernos en sus patas traseras y a poco que nos demos cuenta, recuperamos la hechura, la obligamos a sus cuatro patas.

Una silla es una mujer, pintada de blanco, mirando al mar; yo soy una silla, miro la playa, la luz plástica del mar cuando es de noche, oigo el trueno, la lluvia sobre la lluvia; siento la pintura blanca coarteárseme encima, los ires y venires de una marea que se arrepiente, vuelve sobre mis tobillos y aprieta con su humedad mis coyunturas. Una mujer es una silla, un hombre también.

Xalapa, Ver., 12 de octubre, 2003

Foto: Luis Vioque

sábado, 18 de julio de 2009

Ave de mal agüero

Ella, que a los trece renunciaba pronto a andar a paso de niña con trenzas largas, guardaba en el fondo del bolso una muñeca de trapo, se cortaba el pelo de largo a corto, de corto a cortísimo, y así anduvo, hasta el ras de un cuello moreno de olivo puesto al sol; apoyaba el arco de sus manos en el ajuste perfecto de los huesos de la cadera que entonces no tenían cadencia ni ritmo ni espasmo.

Un fantasma andaba ya rondándole las piernas y en su espalda dos alas tersas negras. Ella no sabía que llevaba impregnada en la punta de la lengua un aderezo, la gota de vino que acompaña al desamor con sus ojos de quietud de lago que amenaza desde el fondo. Abría la puerta de la casa hacia la calle y bajaba el primer escalón…

martes, 7 de julio de 2009

La casa de uno



La casa de uno es la misma cuna dormida
de la infancia más remota,
el suelo blando que sostuvo antes
la torpeza de los pasos.
El cuerpo es el cofre y sus cerraduras todas,
la casa trasatlántico,

roca en la mar
a salvo de naufragios.
En el bolsillo junto a la arteria femoral
la contraseña de un cerrojo,

abracadabra de un puerto a buen resguardo.

Personas y plantas y libros y cuadros,
ladrillos de argamasas invisibles

abrazados en desorden erigen las cimientes.

Memorias lo mismo de álbumes de fotos desgajadas,
tristes días de luto, adultos plenos de gozo,

días de reyes magos, portazos como aplausos.

La casa de uno es un desplegarse de alas
de las cosas rancias

recién sacadas de un celofán perpetuo

la ropa antigua de nuevo remendada,

el lustre de los zapatos.

Yo me traje una silla hacia una esquina de la casa,
la misma casa y cuna de otros tiempos

que no veré sino en el sueño más profundo.

Me hice a un lado, dejé que los objetos se saludaran,
se dieran la bienvenida.

A sus anchas invadieron los espacios.

Pronto han puesto la mar sobre el desierto,
tendido las camas, lavado los platos.

Pronto colocaron nostalgias en las cortinas

y la luz se traspasa por un filtro de añoranzas.


Flota la casa.
Levantado el ancla de su herrumbre,

navegamos...

Martha Ordaz

lunes, 6 de julio de 2009

Nosotros

Nosotros somos seis hermanos: yo.
Permítanme explicar entonces: Yo soy seis hermanos. Formamos parte de esta familia sui generis. Nuestra madre murió cuando la hija tercera tenía cinco años. Los otros tres, por alguna extraña herencia, se gestaron así en mi matriz de feto.

Hoy tengo veintiséis y a los tres siguientes los llevo dormidos en la esquina de un ovario. Físicamente soy una sola, pero llevo la voz de todos, al menos tengo un poco de privilegio en eso.
Emocionalmente, y para el colectivo, encima de mí caen las faltas de los otros cinco, a mí me piden todas las explicaciones: si el mayor ni se ha casado, a sus veintiséis, si la más pequeña no ha equivocado el buen camino, o será de aquél la vocación correcta. Así que como digo: soy Yo también quien escribe esto por ellos, no sé si para hacerle justicia a sus méritos o si es para exonerarlos.
Éstos son, uno a uno, mis hermanos.

[...]

Mauricio tiene los ojos lindos, ojos sensatos. Tiene toda la cordura del mundo, toda la experiencia que puede pedírsele a un niño, la que puede pedírsele a un hombre maduro o a un anciano. Mauricio es hermoso, su cabello negro y ondulado nos gusta a todos, y ese rizo que se pega a su sien izquierda y él insiste en ahuyentar. Mauricio es el primogénito, el consentido de papá.

También a veces lo odiamos, otras nos enorgullecemos. Con él nunca se sabe, lo mismo nos vigila como presintiendo todos nuestros movimientos y nos acosa, y nos censura, que nos alienta; nos mete el hombro. Solemos ocultarnos detrás de su espalda en el peligro y al día siguiente formamos la resistencia en su contra, lo traicionamos y solicitamos su auxilio con la misma fugacidad y prácticamente sin remordimientos.



Xalapa, Veracruz, 6 de febrero, 2001

De un cuaderno que ni siabía que andaba rodando por ahi, relato a retazos y por entregas.

sábado, 4 de julio de 2009

Una mañana y su devenir

Texto recuperado de un cajón, fechado el 10 de septiembre de 2007


Anoche antes de dormirme leía un artículo de Juan José Millás, de la colección que publicó Aguilar y El País a partir de sus colaboraciones en ese diario. El libro en cuestión es Algo que te concierne. Ya les mando en breve un par de textos de ahí que son para morirse de risa, o para antes de dormir (no es que aburran). No quiero decir nada malo de Millás, a quien conozcopoco como para meterme con él, pero está bien para los últimos 20 minutos de conciencia antes del sueño. Lo digo porque últimamente estoy con Pessoa y no hay manera de parar, en nada son las tres de la mañana.


Decía Millás en alguno de esos textos que en un día un ser humano tiene miles de ideas, un bombardeo terrible, pero que al final solo se decide por un par, por salud, por practicidad y por sentido de realidad. Irremediablemente vino a mí la voz de Angélica y de René diciéndome “¡Para de pensar!, pensar, pensar, pensar, todo el tiempo pensar…” ¿Y cómo se hace?


Hoy al despertar decidí obedecer a mis ideas o atenderlas o al menos responder a algunas y ha sido la misión más imposible nunca antes emprendida por mí, el asunto es que son apenas las 2.28 pm y ¡renuncio!, aun así no pocas cosas buenas salieron del intento. Las ideas así se sucedieron: ah preguntarle a René sobre la pintura de la casa nueva; por cierto ese libro que estoy viendo desde la cama, quiero leer un poco tan solo; voy a poner la lavadora; tomaré un licui ahora mismo; qué ropa me pondré, el celular se descargó, debo ajustar las medidas del catálogo, ¿hay sol?; un verso “una voz traspuesta de vergüenza…”, pero anoche debí escribir los versos que pensé, cómo eran? No debo olvidar los correos pendientes; me gustaría leer esta tarde un poco más a Segovia, ya casi acabo el Cancionero de Pessoa, pinche vecinito y su escándalo de anoche; ¿cómo le irá a Nabor hoy con el retiro del clavo en su huesito?, ¡joder cómo pude perder los versos que escribí para él en el avión, no los perdí, sabrá dios dónde los puse; ¡ostias a propósito de avión, debo depositar el importe del de Saulo hoy mismo!; sí que tengo chingada la muñeca, me duele un friego, ¿qué día me tocaba la regla?; voy a transcribir el texto de Algo que te concierne para los cuates, un tema bonito ese, lo que digo: que algo siempre se está gestando, el accidente de la vida que te espera… debería retomar ese textito, ¿dónde está, en mi metaficción?, me gustaría escribir un poema con otro tono, me parece que ahí fui muy pesimista, debo releerlo; este fin de semana leeré lo de Marías también, pero tengo entre ceja y ceja a Bolaño, esta noche termino de releer Los años falsos de Vicens, enviaré a la editora mi reseña; propondré dos poemas para publicar en Contrapunto. No estaría mal enviar también lo de Benjamín sobre Marías, le preguntaré, no se opondrá. Debo consultar lo del traspaso de la línea del teléfono y el cable.


Todo esto mientras bajaba la escalera para el licui. De aquellos segundos me quedé con una idea por encima de todas: Bolaño; me pasa algo tan extraño con él, lamento tanto tu muerte, de una manera extravagante porque en realidad cualquier muerte de cualquier talento es lamentable pero es que lo de Bolaño cuando lo pienso me entristece de verdad, como de un amigo querido a quien uno extraña tanto, de quien revisita sus fotos y sus cartas y de pronto te enteras que ha muerto lejos y no asististe al sepelio, ni siquiera ese consuelo te queda.


Así que leo a Bolaño y me emociona, de pronto tuve ganas de verlo hablar, bendito YouTube, busqué una entrevista, encontré una muy larga e interesante dividida en varias partes y en una de esas partes menciona a Los detectives salvajes, cuyo protagonista, Ulises Lima, está basado en el poeta mexicano Mario Santiago, o más bien se trata expresamente de él. Santiago murió también no hace mucho, busqué un artículo sobre Santiago, encontré uno escrito por Villoro que más tarde compartiré con ustedes.


En fin, este es el devenir de una mañana cualquiera, la ropa está en el tendedero, sí salió el sol, el licui fue un licui profesional, estoy vestida, tengo claro lo que haré con el catálogo que diseño, ya está lo del teléfono y el cable, he puesto todos los mails, y el resto del día mientras el trajín siga seguiré pensando en las palabras de Bolaño y el gusto de escucharlo, tarde para mi, siempre a tiempo para él.


Será lo que dice Millás en “Horóscopo”, aunque no me entero aún y quizás pasen años todavía:

Algo que te concierne está sucediendo sin parar, aunque no sabes dónde. Quiza en la habitación de al lado, quizá en el otro extremo del autobús en el que te desplazas, tal vez en el vagón de metro, o en el coche que se ha parado junto a ti, en el semáforo, y cuyo conductor te ha lanzado una mirada de extrañeza. Algo que nos concierne se ha puesto en movimiento, puede que en un punto algo alejado de nosotros. Lo cierto es que en algún lugar ha empezado a formarse un tejido en el que se entrelazan los deseos, la desesperación, la felicidad o la desdicha de todos nosotros. Es un tejido que nos incluye, pero sobre cuya trama no tenemos ninguna influencia. Algo que nos concierne está sucediendo mientras recorremos las calles con el corazón destrozado por el amor o por la plusvalía. Algo inquietante está pasando ya en un bar cuyo nombre ignoramos, en un congreso de gente que habla en inglés, o quizá en italiano. Pero suena el despertador y tú te incorporas sobre la cama, sobre los sueños ya borrados, como todos los días. Te reconstruyes en cuestión de minutos, en cuestión de minutos reúnes los materiales que la noche dispersó, los ordenas, y el resultado es que vuelves a ser un individuo, como ayer, como el año que viene. Luego sales a trabajar disciplinadamente, a ganarte la vida, a relacionarte con tus contemporáneos. Te mueves como si no pasara nada, como si tu futuro fuera ajeno a lo que está sucediendo en algún sitio. El tejido sobre el que se desliza tu existencia es sólido, se pueden arrancar de él unos cuantos hilos, incluso el formado por ti, sin que la trama sufra alguna alteración. Tal vez lo que va a suceder está ya en el tu interior porque era ahí donde tenía que ocurrir. Pero aún no lo has visto, como no has visto al sujeto que se ha parado junto a ti, en el semáforo, con unas botas negras y la respiración ansiosa. Tal vez ese sujeto que no ves es tu hermano. O tu asesino.

lunes, 22 de junio de 2009

Verdadero nombre

Llamaré desierto al castillo que fuiste,
noche a tu voz y a tu rostro ausencia.
Cuando caigas en la tierra estéril
llamaré nada al rayo que te entrego.

Morir es un país que amas.
Viajo eternamente por tus caminos sombríos,
destruyo tu deseo, tu forma, tu memoria.
Soy tu enemigo y no tendré piedad.

Te llamaré guerra
tomándome contigo todas las libertades de la guerra
y tendré entre mis manos tu rostro marcado y oscuro
y en mi corazón ese país que ilumina la tormenta.



Traducción de Patricia Rivas

jueves, 18 de junio de 2009

Fruta negra



A Angélica Almanza Villegas

Todas las músicas que antes dormían en mi pecho

lejos de ti serán silencio, nostalgia de una playa.

Te nombraré de nuevo con otro alias cada día:

Aurora, Vainilla, Alma…


Hoy no es mañana y ya tu voz se desboca en mi memoria

con sus días claros de verano.

Lejos de ti, Sirena, querré un mar breve

para ir en busca de tu aroma y de tu brisa.

Mía, fruta mía, porque abrí una puerta y te hallé

reclinada en esa silla, atenta a un ritmo que intuyo

venía de otros espacios.

Tomé entonces la primera fila,

escuché el canto y decidí quedarme.

Mía porque no recuerdo un antes, pero sí un mañana.


Martha Ordaz


lunes, 8 de junio de 2009

Sueño de azotea


Para Jesús Gaona, ciudadano, y Patricia Rivas, citadina.


Algunas ciudades son como princesas caprichosas, melindrosas, con cierta voz quedita de falso pudor; con ellas no hay cortejo que valga, nada nunca saldrá de sus manos y menos aún de sus labios, son ciudades remilgosas y malcriadas. No hablo de ciudades fatale como Las Vegas; me refiero en realidad a ciudades llenas de tontería y de una vulgaridad lujosa.

De ellas uno se divorcia pronto y toma uno un día un avión, un barco o cualquier otra forma contundente de abandonarla para siempre, sin souvenirs de por medio, fotos de viaje ni nada que deje en nosotros una mínima muestra de nuestro paso por ellas.

Otras ciudades son más bien hostiles, incluso de una rudeza innecesaria; te muerden los talones a la menor provocación, te sacan ampollas en las plantas, te aniquilan en un dos por tres los pulmones y la presión arterial. No se puede domar esa naturaleza, o a veces sí, todo depende del humor en el que estén, de la suerte que te acompañe... Miento, esas son ciudades indomables, aunque la suerte te acompañe no tienes posibilidad de nada, sin tregua para nada ni para nadie y aun así tienen el encanto de las pasiones prohibidas, de los amores imposibles no exactamente por "imposibles" sino por absurdos, por provocarle a uno un deseo fuera de lugar y de tiempo. Esa quizás sea la clave de una tortura: tiempo fuera de tiempo. Y esta ciudad es un poco como esa rara belleza que se sabe bella, violenta, pasional. Esperpéntica muchos días, sofisticada muchas noches, quieta y casi suave en las horas en que amanece. Un amor tortuoso del que quieres salir corriendo pero que al final te seduce de nuevo y al que vuelves más tarde o más temprano.

Cuando estás lejos lo piensas mejor, te felicitas por el gran triunfo de haber escapado, pero más tarde, una madrugada, te despiertas y abres la ventana de tu habitación y oyes la voz de la ciudad indomable diciendo tu nombre de lejos. Y qué dolor terrible es entonces la distancia. Pensaba en eso hace unos días, desde la azotea de un edificio de la calle Guipuzcoa esquina con Oviedo, en la ciudad de México.

Era de noche, la vista no parecía particularmente atractiva desde ahi, pero después de estar un buen rato podía mirar la ciudad de una forma distinta, era más algo que percibía de manera intuitiva que lo que podía "mirar" de verdad; podía escuchar la voz de la ciudad llena de susurros de autos, sirenas a lo lejos, voces charlando, algunas risas y la música de algunas ventanas no hacía un escándalo sino una atmósfera que casi tenía un color, o eso pensé en ese momento, lo imaginé violeta, un ruido violeta.

Esta ciudad tiene su sistema de anzuelos infalibles, no voy a contar "todo lo que una gran ciudad ofrece", nada de medios de transporte, de comunicación, nada de consumo, nada de espectáculos, ofertas; nada de eso. Esta ciudad tiene un tipo de personas anzuelos que no son nunca sus ciudadanos típicos sino siempre una excepción; puede ser que sean personas de una naturaleza común pero tan disímiles entre ellos, tan únicos. Lo llenan todo con su manera de mirar, con sus charlas inagotables, con sus gestos breves, su prisa y su cautela, que uno lo sabe y sin resistencia acepta el bocado que te ofrecen, muerdes el anzuelo y sonríes con complacencia, incluso cuando sientes entrar en tu paladar el filo que te ata.

sábado, 4 de abril de 2009

Estado de excepción

A pocos días de mi viaje al D.F. busco en el calendario del próximo mes la primera oportunidad para ir a Xalapa, como si Xalapa fuera la meta de todos los viajes. Lo pienso y me emociono, aunque sé que apenas haya puesto un pie en la ciudad todo se transformará, la imagen y el recuerdo de mi Xalapa cotidiana, la de antes, se me escapará de las manos, y otra vez estaré en eso que yo llamo estado de excepción. Es el precio por haberme ido. Estar de visita ahí es raro, rarísimo.

Todo es una excepción. Te conduces con la ansiedad de mirarlo todo, comerlo todo, respirar todo el aire; quieres que te llueva en pleno centro, que salga el sol y te seque la ropa encima, quieres encontrarte a medio mundo bajo el reloj de Enríquez (cuenta la leyenda que si quieres ver a alguien en particular, te paras bajo el reloj y si te concentras mucho esa persona aparece fijo).

Los amigos siempre te reciben con los brazos abiertos y uno se aprovecha de eso y secuestra los días laborales de casi todos, comemos a deshoras y nos desvelamos mucho, todo un exceso desordenado porque lo quieres todo y al mismo tiempo. Creo que, a menos que me mude de nuevo a Xalapa, jamás volveré a probar las comidas cotidianas y mágicas de René y Angélica, ni tontearé un par de horas en la computadora de Claudia mientras ella sale, entra, se da un baño, va a la guardería por Julián, vuelve, ignora mi presencia, luego repara en ella y se le antoja alguna cosa de las suyas.

El estado de excepción nos haría irnos al cine a mediodía, comer unos tacos de cochinita pibil en Tres hermanos, mirar escaparates, entrar de nuevo al cine, comer un paquete imposible de palomitas y beber casi tres litros de Coca-cola helada, luego nos daríamos cuenta de la hora, iríamos en taxi a buscar a Julián a la guardería, y sabrá dios qué pasaría después. Quizás jamás repita las escenas del diario con Rebeca, en nuestras citas de banqueta y las charlas en las bancas del Ágora, mirando hacia los Lagos, para volver a hablar de lo hablado, descubriendo el hilo negro (otra vez), muertas de risa, aguantando hasta el límite el frío del sereno de las siete de la tarde.

Tampoco volveré a pasar tiempo con Andrea y Daniel buscando estacionamiento en alguna de nuestras diligencias a alguna parte, muertos de sueño los tres, con ganas de un esquite de los Lagos justo en la otra punta de la ciudad. Ni tomaré un Caxa-Ávila Camacho, ni me cortaré el pelo en la calle de la peluquerías de la Progreso o iré al sobrerruedas, ni “comeré papel” con Manolito en la oficina del maestro Sergio, ni me abriré paso hacia el balcón, entre la pereza de Lola y Homero, en las tardes de mayo para pedirle a los de la marimba ambulante que nos toquen Dios nunca muere mientras Manolito y yo nos reímos y comemos galletitas saladas con Sprite.

A pesar de lo que he dicho, soy capaz de superar el estado de excepción y mucho más, disfrutarlo; así que sigo atenta al calendario mirando combinaciones de días festivos y horarios de ADO. Esta vez llevaré en mi bolso de mano algunos libros de poesía de viejos-nuevos conocidos, uno de Marisol Robles, otro de Alejandro Higashi y uno más de Roberto, sólo para poder leer estos fragmentos de camino:

Parque Juárez

Vino a ser un lugar para el mundo
Parque Juárez, con sus esculturas temporales
su humedad, boleros, centro cultural, cafetería
y hoy, mi recuerdo de gentes.
Qué gente tan hermosa aquella.

Don Benito Juárez
presidente de la República, masón, liberal, indígena, ilustrado
Todo eso para mi tan español por simple
eran cosas que no tenían la menor importancia
Después una frase al caer la tarde
Vámonos amor que no me gusta estar a estas horas en la calle

En el parque otros viven sin mí
aman, deshacen, sueñan,
su presente está servido en silencio
como una ráfaga de aire frío que los conmueve
Vámonos amor que no me gusta estar a estas horas en la calle

Roberto Gutiérrez Currás



Xalapa
IV

Aquí la gente es tan etérea que no
conoce precisiones;
nos vemos a las 4:00 significa
vernos siempre con los ojos
de las 4:00, sentarse luego a conversar de todas
esas cosas que con habitual
demora suelen siempre estar presentes a las 4:00.

Nos vemos a las 4:00 son
palabras que se dicen
a una nube, a un gesto conocido
o a la pura claridad de acerca con
su luz una pregunta,
sin que límite o azar se crucen al decirlas.

Nos vemos a las 4:00 con extraño
súbito sugiere saberlo todo y decirlo
siempre todo con una frase sola, que nadie encuentra
y que está siempre dormida en el camastro de una charla,
amigable o pálida, como un clavel
en el ojal de aquella ropa que el improviso nos entrega.

Alejandro Higashi



A Xalapa

ENTRES SOLES GRISES
voy adhiriendo mis pasos
a esta gastada ciudad
La lluvia alacia los recuerdos
Cuesta mantener el olor a casa
Hay un llanto de niña
sentado en mi espalda
No hay flores que alumbren
en ese desandar
de niebla.

Marisol Robles

jueves, 26 de marzo de 2009

38/41



Las mujeres con pies grandes tienen más mundo en las plantas y suficiente aire bajo los arcos. Son más sonoros sus pasos, más tectónicos; tienen más balance, quiebre de palmera, cintura flexible. Las mujeres con pies grandes están de lleno en las habitaciones, no andan nunca de puntillas: tienen metatarsos como dedos de las manos con los que se posan sobre el mundo.

No saben cocinar bien pero les salen muy buenas las sopas, los ritos de amor, las carreras. Cantan unas bien, otras mal, pero siguen bien el ritmo con los pies. Se deslizan mejor por los toboganes, ríen más a carcajada, les brilla más el pelo, les refulgen los ojos porque hacen tierra como los pararrayos en los campos. Tiene un imán de besos en el descanso de la nuca sólo por tener más mundo en las plantas y suficiente aire bajo los arcos.

sábado, 24 de enero de 2009

Danzón dedicado...


Esta tarde de sábado el clima no estaba para paseos, y a mí se me ocurrió hacerme un arroz con leche porque amenazaba lluvia, y cuando era niña mi papá siempre preparaba uno (como nunca he probado) los días en que era seguro que llovería.
El techo de nuestra casa de Mina entonces tenía láminas de zinc, de un tipo muy grueso y antiguo que cuando llovía convertía nuestra casa en un instrumento de percusión gigante. Mi papá no quiso nunca "echar techo de material" como se decía entonces, ni cuando la situación económica era cómoda y holgada; no quiso porque le gustaba el sonido de la lluvia, dijo, y yo creo que en realidad era porque le gustan las marimbas y eso era nuestra casa, una marimba.
No sé qué tenga que ver el arroz con leche, la lluvia y las marimbas, pero esta tarde amenazaba lluvia, me preparé mi arroz con leche y me fui un ratote al balcón a tomármelo despacio mientras veía de lejos el horizonte mediterráneo con su gris de mar y su gris de cielo.
Algunos días cuando me pongo en este plan de añoranza necia no hay poder que me saque de ahi, así que encendí la compu y puse una estación de radio de Veracruz donde contaban el último parte de la agenda del gobernador del estado y en eso "se arranca" una marimba: el danzón Nereidas. Me reí y, ya resignada a aguantar vara, tomé un suspiro y la primera cucharada. Al final no llovió en Marbella, pero se me llenaron los ojos de agüita pensando en los días en que las láminas de zinc tocaban uns especie de música concreta cuyo código y lectura era mío y de nadie más.

Foto: Enrique Castro