sábado, 18 de julio de 2009

Ave de mal agüero

Ella, que a los trece renunciaba pronto a andar a paso de niña con trenzas largas, guardaba en el fondo del bolso una muñeca de trapo, se cortaba el pelo de largo a corto, de corto a cortísimo, y así anduvo, hasta el ras de un cuello moreno de olivo puesto al sol; apoyaba el arco de sus manos en el ajuste perfecto de los huesos de la cadera que entonces no tenían cadencia ni ritmo ni espasmo.

Un fantasma andaba ya rondándole las piernas y en su espalda dos alas tersas negras. Ella no sabía que llevaba impregnada en la punta de la lengua un aderezo, la gota de vino que acompaña al desamor con sus ojos de quietud de lago que amenaza desde el fondo. Abría la puerta de la casa hacia la calle y bajaba el primer escalón…

martes, 7 de julio de 2009

La casa de uno



La casa de uno es la misma cuna dormida
de la infancia más remota,
el suelo blando que sostuvo antes
la torpeza de los pasos.
El cuerpo es el cofre y sus cerraduras todas,
la casa trasatlántico,

roca en la mar
a salvo de naufragios.
En el bolsillo junto a la arteria femoral
la contraseña de un cerrojo,

abracadabra de un puerto a buen resguardo.

Personas y plantas y libros y cuadros,
ladrillos de argamasas invisibles

abrazados en desorden erigen las cimientes.

Memorias lo mismo de álbumes de fotos desgajadas,
tristes días de luto, adultos plenos de gozo,

días de reyes magos, portazos como aplausos.

La casa de uno es un desplegarse de alas
de las cosas rancias

recién sacadas de un celofán perpetuo

la ropa antigua de nuevo remendada,

el lustre de los zapatos.

Yo me traje una silla hacia una esquina de la casa,
la misma casa y cuna de otros tiempos

que no veré sino en el sueño más profundo.

Me hice a un lado, dejé que los objetos se saludaran,
se dieran la bienvenida.

A sus anchas invadieron los espacios.

Pronto han puesto la mar sobre el desierto,
tendido las camas, lavado los platos.

Pronto colocaron nostalgias en las cortinas

y la luz se traspasa por un filtro de añoranzas.


Flota la casa.
Levantado el ancla de su herrumbre,

navegamos...

Martha Ordaz

lunes, 6 de julio de 2009

Nosotros

Nosotros somos seis hermanos: yo.
Permítanme explicar entonces: Yo soy seis hermanos. Formamos parte de esta familia sui generis. Nuestra madre murió cuando la hija tercera tenía cinco años. Los otros tres, por alguna extraña herencia, se gestaron así en mi matriz de feto.

Hoy tengo veintiséis y a los tres siguientes los llevo dormidos en la esquina de un ovario. Físicamente soy una sola, pero llevo la voz de todos, al menos tengo un poco de privilegio en eso.
Emocionalmente, y para el colectivo, encima de mí caen las faltas de los otros cinco, a mí me piden todas las explicaciones: si el mayor ni se ha casado, a sus veintiséis, si la más pequeña no ha equivocado el buen camino, o será de aquél la vocación correcta. Así que como digo: soy Yo también quien escribe esto por ellos, no sé si para hacerle justicia a sus méritos o si es para exonerarlos.
Éstos son, uno a uno, mis hermanos.

[...]

Mauricio tiene los ojos lindos, ojos sensatos. Tiene toda la cordura del mundo, toda la experiencia que puede pedírsele a un niño, la que puede pedírsele a un hombre maduro o a un anciano. Mauricio es hermoso, su cabello negro y ondulado nos gusta a todos, y ese rizo que se pega a su sien izquierda y él insiste en ahuyentar. Mauricio es el primogénito, el consentido de papá.

También a veces lo odiamos, otras nos enorgullecemos. Con él nunca se sabe, lo mismo nos vigila como presintiendo todos nuestros movimientos y nos acosa, y nos censura, que nos alienta; nos mete el hombro. Solemos ocultarnos detrás de su espalda en el peligro y al día siguiente formamos la resistencia en su contra, lo traicionamos y solicitamos su auxilio con la misma fugacidad y prácticamente sin remordimientos.



Xalapa, Veracruz, 6 de febrero, 2001

De un cuaderno que ni siabía que andaba rodando por ahi, relato a retazos y por entregas.

sábado, 4 de julio de 2009

Una mañana y su devenir

Texto recuperado de un cajón, fechado el 10 de septiembre de 2007


Anoche antes de dormirme leía un artículo de Juan José Millás, de la colección que publicó Aguilar y El País a partir de sus colaboraciones en ese diario. El libro en cuestión es Algo que te concierne. Ya les mando en breve un par de textos de ahí que son para morirse de risa, o para antes de dormir (no es que aburran). No quiero decir nada malo de Millás, a quien conozcopoco como para meterme con él, pero está bien para los últimos 20 minutos de conciencia antes del sueño. Lo digo porque últimamente estoy con Pessoa y no hay manera de parar, en nada son las tres de la mañana.


Decía Millás en alguno de esos textos que en un día un ser humano tiene miles de ideas, un bombardeo terrible, pero que al final solo se decide por un par, por salud, por practicidad y por sentido de realidad. Irremediablemente vino a mí la voz de Angélica y de René diciéndome “¡Para de pensar!, pensar, pensar, pensar, todo el tiempo pensar…” ¿Y cómo se hace?


Hoy al despertar decidí obedecer a mis ideas o atenderlas o al menos responder a algunas y ha sido la misión más imposible nunca antes emprendida por mí, el asunto es que son apenas las 2.28 pm y ¡renuncio!, aun así no pocas cosas buenas salieron del intento. Las ideas así se sucedieron: ah preguntarle a René sobre la pintura de la casa nueva; por cierto ese libro que estoy viendo desde la cama, quiero leer un poco tan solo; voy a poner la lavadora; tomaré un licui ahora mismo; qué ropa me pondré, el celular se descargó, debo ajustar las medidas del catálogo, ¿hay sol?; un verso “una voz traspuesta de vergüenza…”, pero anoche debí escribir los versos que pensé, cómo eran? No debo olvidar los correos pendientes; me gustaría leer esta tarde un poco más a Segovia, ya casi acabo el Cancionero de Pessoa, pinche vecinito y su escándalo de anoche; ¿cómo le irá a Nabor hoy con el retiro del clavo en su huesito?, ¡joder cómo pude perder los versos que escribí para él en el avión, no los perdí, sabrá dios dónde los puse; ¡ostias a propósito de avión, debo depositar el importe del de Saulo hoy mismo!; sí que tengo chingada la muñeca, me duele un friego, ¿qué día me tocaba la regla?; voy a transcribir el texto de Algo que te concierne para los cuates, un tema bonito ese, lo que digo: que algo siempre se está gestando, el accidente de la vida que te espera… debería retomar ese textito, ¿dónde está, en mi metaficción?, me gustaría escribir un poema con otro tono, me parece que ahí fui muy pesimista, debo releerlo; este fin de semana leeré lo de Marías también, pero tengo entre ceja y ceja a Bolaño, esta noche termino de releer Los años falsos de Vicens, enviaré a la editora mi reseña; propondré dos poemas para publicar en Contrapunto. No estaría mal enviar también lo de Benjamín sobre Marías, le preguntaré, no se opondrá. Debo consultar lo del traspaso de la línea del teléfono y el cable.


Todo esto mientras bajaba la escalera para el licui. De aquellos segundos me quedé con una idea por encima de todas: Bolaño; me pasa algo tan extraño con él, lamento tanto tu muerte, de una manera extravagante porque en realidad cualquier muerte de cualquier talento es lamentable pero es que lo de Bolaño cuando lo pienso me entristece de verdad, como de un amigo querido a quien uno extraña tanto, de quien revisita sus fotos y sus cartas y de pronto te enteras que ha muerto lejos y no asististe al sepelio, ni siquiera ese consuelo te queda.


Así que leo a Bolaño y me emociona, de pronto tuve ganas de verlo hablar, bendito YouTube, busqué una entrevista, encontré una muy larga e interesante dividida en varias partes y en una de esas partes menciona a Los detectives salvajes, cuyo protagonista, Ulises Lima, está basado en el poeta mexicano Mario Santiago, o más bien se trata expresamente de él. Santiago murió también no hace mucho, busqué un artículo sobre Santiago, encontré uno escrito por Villoro que más tarde compartiré con ustedes.


En fin, este es el devenir de una mañana cualquiera, la ropa está en el tendedero, sí salió el sol, el licui fue un licui profesional, estoy vestida, tengo claro lo que haré con el catálogo que diseño, ya está lo del teléfono y el cable, he puesto todos los mails, y el resto del día mientras el trajín siga seguiré pensando en las palabras de Bolaño y el gusto de escucharlo, tarde para mi, siempre a tiempo para él.


Será lo que dice Millás en “Horóscopo”, aunque no me entero aún y quizás pasen años todavía:

Algo que te concierne está sucediendo sin parar, aunque no sabes dónde. Quiza en la habitación de al lado, quizá en el otro extremo del autobús en el que te desplazas, tal vez en el vagón de metro, o en el coche que se ha parado junto a ti, en el semáforo, y cuyo conductor te ha lanzado una mirada de extrañeza. Algo que nos concierne se ha puesto en movimiento, puede que en un punto algo alejado de nosotros. Lo cierto es que en algún lugar ha empezado a formarse un tejido en el que se entrelazan los deseos, la desesperación, la felicidad o la desdicha de todos nosotros. Es un tejido que nos incluye, pero sobre cuya trama no tenemos ninguna influencia. Algo que nos concierne está sucediendo mientras recorremos las calles con el corazón destrozado por el amor o por la plusvalía. Algo inquietante está pasando ya en un bar cuyo nombre ignoramos, en un congreso de gente que habla en inglés, o quizá en italiano. Pero suena el despertador y tú te incorporas sobre la cama, sobre los sueños ya borrados, como todos los días. Te reconstruyes en cuestión de minutos, en cuestión de minutos reúnes los materiales que la noche dispersó, los ordenas, y el resultado es que vuelves a ser un individuo, como ayer, como el año que viene. Luego sales a trabajar disciplinadamente, a ganarte la vida, a relacionarte con tus contemporáneos. Te mueves como si no pasara nada, como si tu futuro fuera ajeno a lo que está sucediendo en algún sitio. El tejido sobre el que se desliza tu existencia es sólido, se pueden arrancar de él unos cuantos hilos, incluso el formado por ti, sin que la trama sufra alguna alteración. Tal vez lo que va a suceder está ya en el tu interior porque era ahí donde tenía que ocurrir. Pero aún no lo has visto, como no has visto al sujeto que se ha parado junto a ti, en el semáforo, con unas botas negras y la respiración ansiosa. Tal vez ese sujeto que no ves es tu hermano. O tu asesino.