sábado, 3 de octubre de 2009

Refugio y relámpago



I
Mina

Durante años pensé que escribiría sobre mi padre cuando mi escritura tuviera más recursos, más afilado el lápiz, la verdad todavía no, pero las líneas que le tengo reservadas están dispuestas a escribirse solas. Mucho tiene que ver que es casi como escribir sobre mí misma y siempre son inmediatas las autoafirmaciones. Por ello también digo “todavía”, para mantener bien a raya a la confusión y no mimetizarme en él, no llamarme “mi padre”: Óscar, como le llaman las tías de Juchitán, don Óscar para los que no se animan a “faltarle el respeto”, con ese categórico don resonándole en la cara mientras extiende la mano para dar un apretón y sonríe, se aguanta la risa porque le parece taaan solemne. Oscarín para los amigos que lo aprecian tanto, los que lo saben niño y al mismo tiempo cuando pasan a toda carrera frente a su manía de mirar la calle, le saludan lo mismo de lejos que de cerca: “adiós, mi rey”.



Mi rey es mi padre, yo sus súbditos, yo su corte, yo la reina y la princesa y el ejército también. Pero él el rey, siempre.




II

Una luz se estrella en mi cristal y traspasa la ventana, las cortinas, se deshace en la pared . El impacto disuelve la luz fugaz y se disemina en lamparones por la recámara. Todo en segundos. Irremediablemente ya estoy de pie envuelta en mi sábana como un fantasma y se oye a lo largo de la sala los golpecitos ahogados de mis pies de niña contra el piso, abro una puerta y presiento la amenaza inminente de otro estruendo sobre mi techo.


Él, medio dormido, extiende los brazos y un nuevo fogonazo ilumina su rostro, su gesto de refugio. Desde el marco de la puerta a su cama pego tremendísimo salto; creía yo, en aquel momento, que le sorprendí a mitad de la tormenta. Sé ahora que en el primer estruendo, antes de que la luz me traspasara párpados y corazón de miedo, él ya se había arrimado hacia un extremo de su cama y esperaba carrera de niña, brinco y portazo.


III
La mano cada vez más morena de mi padre gira el picaporte. Pone el seguro de la puerta principal. Yo, en otra ciudad conozco con detalle el qué y el cómo, el número de sus pasos desde ahí hasta su cama, sé con precisión de qué lado dormirá, cómo se quitará el reloj, destenderá la cama y se meterá en ella. Sé también su pensamiento último antes de que lo venza el sueño, y el pensamiento de mañana.

Antes de girar el botón de la luz de lectura, me quito el reloj, destiendo la cama, justo cuando el sueño me vence a mí, sabe él mi pensamiento último.


Agosto, 1999.