lunes, 30 de noviembre de 2009

Restaurante



I
No tenía prisa, y tampoco mucha hambre, así que buscaba un restaurante poco concurrido sobre la avenida Cumbres de Maltrata, en la Narvarte; recorrí varias cuadras antes de conseguir justo en una esquina las ganas de entrar a La Casa del Taco. El espacio en cuestión reúnía no más de nueve mesas negras y sus sillas breves; en la mesa de la esquina, pegada a una pared, una mujer comía sola; al principio no la distinguí de una planta de ornato muy alta que la mimetizaba.

Tomé la mesa del centro, decidí comer con toda la calma y la parsimonia posible; en mi caso es un esfuerzo particular porque suelo dejarme llevar por la inercia de horarios de oficina de una época. A mi derecha se sentó una familia: papá, mamá e hijo jovenperononiño-jovenperonohombre. Al principio sólo él hablaba; su charla iba por una caminito revolucionario, que si el gobierno pérfido esto, que la corrupción, ¡malditos burócratas, pinche sistema! Según entendí se dedicaba al diseño gráfico, buscaba con sus carteles mentarle la madre al gobierno como nunca nadie lo haya hecho antes en la historia de la gráfica mexicana (sic), los padres celebraban su talento inigualable y su ferviente participación civil, su compromiso...

Pronto cambiaron de tema y el hijo comenzó a comer con una premura que contrastaba con cierto dejo de glamour de los padres. La conversación se desvió hacia el dinero, sus cuentas, estrategias de inversión. El hijo pasaba velozmente de su plato al de la madre y de ahí al del papá en una danza de tenedor que trazaba su triángulo y lo recomponía sin orden.

Frente a mí un hombre solitario y malhumorado miraba de reojo a la mujer-planta de antes. Seguí su mirada y entonces otra vez ella tuvo mi atención, su voz se hizo más clara. Hablaba de nuevos términos, otras vidas, bocas abiertas que se muerden con fuerza y muslos que resbalan. El hombre solitario todo nervioso perdió el mal humor, se secaba el sudor recurrentemente, resoplaba. Mientras tanto, ella en el teléfono suplicaba a un amante perdido que volviera y prometía episodios sexuales más complejos que los que vivieron, felatios espectaculares y una lubricidad sui generis. Cada vez subía más la voz y el tono de las ofertas al punto en el que todos pudimos enterarnos a detalles de sus técnicas amatorias y el calibre de su lascivia.

Quiso la anfitriona restaurar el orden del ambiente y se acercó a su mesa, casi como un reclamo le dijo “¡¿quiere su postre, señorita?!”(aunque yo encontré el comentario poco apropiado), aun así nada detuvo a la joven de la planta, sólo le hizo una señal para indicarle que sí y le guiñó un ojo pícaro, y sin apenas inmutarse un pizca reanudó su charla. Yo al menos pronto perdí el interés y creo que el resto de los comensales hicieron lo mismo y seguimos cada quien con nuestros platos que para entonces se habían enfriado del todo.

De pronto la madre del trío familiar instigaba al hijo para que pusiera en práctica sus clases recientes de alemán y el padre le hacía cariñitos extravagantes que no eran otra cosa más que puñetazos delicados y gruñidos que fueron de menos a más hasta volverse ladriditos. Pronto el estímulo rindió frutos y el hijo habló, masculló y casi también él ladró algunas frases que mucho se parecían al alemán más auténtico.

La mujer del amante perdido pidió la cuenta, y en el último momento todos la seguimos con la mirada y con certeza también detrás de ella se fue nuestra imaginación colectiva. Cuando cruzó la puerta noté junto a la barra a una mujer muy joven que lloraba con disimulo, apenas se notaba un encorvamiento tristísimo de sus hombros. Me dio una ternura infinita el tacón roído de una de sus zapatillas que mostraba su suela hacia mí y sus escasos modales en la mesa. Tenía una figura preciosa y su cuello largo, aun llevado sobre su barbilla, era notable. No creo que nadie más haya visto que lloraba. No pude terminarme el plato así como estaba, completamente frío. Pedí pronto la cuenta y me crucé en el umbral con un niño de ocho años que apenas entrar exclamó: “¡mesa para cuatro y que nos atienda Magda, por favor!”

México, D.F. 16 de junio 2007


jueves, 26 de noviembre de 2009

La página trece


Me está consumiendo el sentido común la idea de que sea esta noche, este medio día o esta media tarde “el día” que se cruce en mi camino. La cinematografía está cobrando uno de sus efectos más caros en mí: fantasear con una esquina edificada con el único propósito de hacernos tropezar y tener en el suelo un reguero de libros y bolsos que nos obligue a mantener la frente pegada a la frente en el nuevo orden de los objetos: no saber qué es suyo ni qué es mío. Demasiada televisión.

Debe ser por eso que voy cambiando sus nombres, sus aspectos, sus voces. No consigo hacer tierra en ningún puerto, ninguno me admite tampoco. Paso de un afecto a otro, creyendo casi de verdad (porque la víscera así lo dicta) que tal o cual parece ser la persona correcta, alguien que sufrirá el designio de mi voluntad de amarle. No fingí ni una sola vez, ni la primera ni la última, a propósito, ¿por qué siempre nos parece que no ha existido amor más terrible y placer más hondo que el último?, insuperable, sencillamente insuperable.

Ahora que echo la vista atrás noto un patrón o será que lo creo o que lo encamino hacia allá. Parece que he puesto todo mi empeño en elegir mis afectos a partir de su imposibilidad, algunos “podrían ser” si no fuera por que están lejos, porque están comprometidos pero infelices, cliché por demás barato, otros por su edad, por su ideología, yo que sé; algunos más por sus ambivalencias. En resumen que nadie está realmente, les noto el entusiasmo un día o dos o más y mi propio interés va desarrollándose exponencialmente hasta que de pronto una desilusión se me instala en el ánimo y todo va yéndose al demonio, yo querría estar, yo querría abrazar, besar, hacer el amor, preparar un té, deslizar los dedos en su cabello, replegármele, dejarle una nota en el espejo, tocar su timbre en la madrugada, tomar a oscuras un baño de agua caliente, besar su espalda, tomar su mano. Pero no está, eso es todo.

Evito las esquinas no por evitar a quien no viene en el otro vértice, sino por no hacer más el tonto de girar una de ellas y encontrar el camino miserablemente vacío de accidentes.

Xalapa, Ver., 16 de mayo de 2003


Foto del álbum Retratos Xalapeños de la serie Los singulares a cargo del colectivo Nacoestética
http://www.flickr.com/photos/singulares/show/


miércoles, 25 de noviembre de 2009

La visita


Para Vicente, cuya paciencia es un halago que poco merezco


Breve, muy breve, lo último sobre día de muertos, antes de que el mes más bonito del año se vaya de nuevo:

"La muerte es una idea que me ha perseguido desde siempre, tiene todos los matices, mil rostros que siempre hallo familiares. La muerte también ha sido un día una fiesta, una circunstancia, fue un desasosiego, una paz con su resignación. Anoche vi estremecerse la luz en los ojos de mi amiga Elizabeth. Tiene miedo de uno de esos rostros. Quise decirle lo que sé pero me di cuenta que no es posible, pocas cosas son tan inefables. Incluso el amor encuentra los caminos para expresarse, yo podría hablarle del amor, ¿pero de la muerte?, tendría que llevarla hacia dentro de mí y ¿cómo se hace eso?, tendría que buscar y rebuscar en mi memoria y en mi ánimo, tomarla de la mano, mostrarle la parte miserable y la de la luz, y después ¿habría ella perdido el miedo, o terminaría en la desazón total? Su padre está mal, no en peligro de muerte, pero ella ha escuchado la alarma que nos ha despabilado a unos cuantos alguna vez, y nos sacudió y nos dijo que estaba cerca, no para asustarnos seguramente, sino para decirnos eso: estoy cerca, una cortesía que no se desprecia.

Uno tiene ganas de correr hacia quién sabe dónde, de gritar quién sabe qué, de golpear, de girar el mundo al revés, uno tiene la energía para hacerlo, cualquiera lo haría si tan sólo fuésemos capaces de descubrir el cómo. Pero no es posible y no queda más que intentarlo, una de las pocas victorias que uno gana sin llegar a la meta es la de la lucha contra la muerte, la victoria está en el intento y no en ganarle, suena a mediocridad , a slogan en la solapa de un libro de autoayuda pero no, lástima que uno se entere hasta que está en la frontera, sólo cuando termina todo lo sabemos, el festejo se celebra después de la línea.

¿Qué podía decirle yo a Elizabeth?, sólo presenciar su monólogo, el rencor que le tenía a la vida, la irracionalidad con que le demandaba a su padre que viviera más porque ella no está lista para perderlo, porque asegura que no lo estará en muchos años, ¿y cuándo está uno listo?, ¿lo estábamos los niños que perdimos a una madre o a un padre?, ¿están listos los hombres viejos que han visto con asombro morir a sus padres de cien años? Uno no la sabe, uno no lo cree, pero para la muerte hemos sido, estamos listos."

Xalapa, Ver., 25 de febrero de 2003