miércoles, 14 de abril de 2010



Esto no me gusta, quiero que amanezca allá para que tú despiertes y despierte la noche, hoy sucedió otra vez que se me han ido en tropel cientos de árboles armados de todo, de todas maneras, a medio hacer, terminados algunos, recargadísimo otros de detalles innecesarios.

Hoy, demasiada falsa clorofila de colores falsos se han vuelto a la mar y mañana los peces tendrán dieta nueva, mañana amanecerán hojas de colores en la orilla del Mediterráneo porque esta vez se me fueron de las manos y dejaron medio despoblado este lado del mundo, y ya no me obedecen para nada, han salido voluntariosos, crecen unos con desgano, otros a sus anchas, hay una anarquía de árboles que toman sus raíces de la habitación, han hecho maletas tomado buques, se han mudado a varios muelles y hacen filas inagotables por emprender el viaje.

Ahora me agoto todas las noches porque de mi mente no salen más que árboles sin cesar, y todos piden plumas de ave en lugar de hojas para no nadar más en agua salada y prefieren un poco de cielo, árboles que nacen furiosos, arrebatados, impacientes, árboles que se sienten una montaña juntos, que planean huracanes, terremotos, terribles planes de pangeas imposibles, árboles que han aprendido a hablar un lenguaje de la tierra, que escriben poesía, planifican fortalezas, organizan asambleas.

No puedo con tanta corteza en el corazón cada mañana ni con tanta ramita picándome la garganta por las tardes, no puedo con tanto pétalo de flor diminuto apareciendo en mi cabello ni puedo con la pared en blanco de mi habitación que no se llena nunca porque luce abandonada al día siguiente para ir a buscarte (creo que a buscarte) cada mañana al otro lado del mundo, como si no fuera agotador cruzar con la mente un océano a nado por las noches, como si no fuera... nada, ahora se agazapan a mediodía para salir de la nada, de entre las páginas de los libros, del tablero del coche que conduzco.

Salen armados hasta los dientes de brío y valor, van todos temerarios y me desafían el día entero, creándose y recreándose, armados como pendientes en mis lóbulos, translúcidos en las palmas de mis manos como un dibujo en tinta deslavada, vueltos anillos de hiedras que me atan los dedos y a su antojo transforman mi caligrafía; hasta que ya no sé si yo misma estoy habitada por completo por un árbol, si dejé de ser mujer un día así sin más, y no me corre más sangre por las venas sino una savia parsimoniosa que me entorpece las ideas y ya, ya. 

Esta mañana he tenido que contenerme para no lanzarme yo misma hacia aquel muelle, subir al buque de los árboles necios, o nadar, lo que la vida me tome, desde aquí hasta allá, vuelta a medio camino una colonia de algas, vuelta fibra de mar, coral más tarde, y entonces ahí sí, árbol de coral, en el fondo del Atlántico, para siempre.

Ilustración: Samuel Tutusaus, fragmento de Maestros