lunes, 6 de octubre de 2008

A propósito de espíritus...

Escribí esto hace mucho tiempo, mucho, casi no puedo creer que han pasado ocho años, y sinceramente no ha cambiado nada. Escribí esto una noche en una libreta de tapa dura, sentada a la mesa durante una cena con mi familia materna, estábamos todos en el patio trasero de la casa de mi abuela Cecilia en Juchitán. Seguro éramos más de treinta, era de noche, más de las doce; y era mayo. Nada ha cambiado, hace muchos mayos que yo no estoy, pero me apuesto lo que sea a que nada ha cambiado, salvo que me pierdo un poco de todo esto. Y no puedo escribir la conclusión de lo que comenzaba aquí:



"Por alguna razón, los que estamos acá, en la ciudad del polvo, permanecemos en una especie de santidad pagana donde llamamos a los santos que nos protegen para espantar a los malos espíritus; estamos todos acechados por quién sabe qué sombras y auras luminosas que luchan entre ellos por hacernos suyos, y se traen tal jaleo que nos arrollan y tropezamos en el escalón del patio, entre la desesperada mano extendida del ángel y los ojillos del demonio que desea con toda su saña que rodemos sobre los tabiques, que nos raspemos la panza.

Para entenderlo bien hacemos una suerte de asamblea de hermanos donde hablamos de su naturaleza, y en un par de vueltas ya no son dos fuerzas atacándonos sino muchas a la vez, de orígenes tan dispares que ya ni sabemos qué está mal, qué está bien; y vamos poniéndolos uno a uno sobre la mesa larga del patio hasta que ya no caben más y saltan sobre la tierra, se esconden debajo y entonces todos vamos recogiendo las piernas porque “como que sentí algo” y se nos encoge también el alma.


Algún traidor de su mismo miedo confiesa el escalofrío y ahí vamos en tropel a proclamarnos todos el blanco de los duendes y demonios que hemos ido invocando, ya corre uno para un lado, ya corre uno para el otro; se mueven las ramas del fondo de la noche, otro rompe un vaso de la vitrina en su carrera, en su celebración de volver a la tierra, y demonios tal como son nos miran con amor, espiándonos, con verdadera gana de manifestarse, de mostrarle a nuestro espanto su mueca de risa agradecida y luego salir disparados a espantar a los vecinos de junto porque a últimas a nosotros nos deben la resurrección y el sacrilegio bendito de haberles llamado".

Juchitán, Oaxaca, 24 de mayo de 2000.