domingo, 12 de octubre de 2008

Había una vía




A Claudia Electra Domínguez

En una ciudad llamada Mina, érase una vía del tren, érase un ferrocarril pasando con su estruendo. Uno frente a otro, dos padres tomaban las manos pequeñas de sus hijas mientras soportaban que terminara el desfile de hierro. Frente a los ojos de los padres se suceden distintas y una misma superficie oxidada. Frente a los ojos de las hijas una película continua de todas las panzas de los vagones del tren, y detrás, como un espejo, piernas largas y un par de zapatos de hombre junto a unos zapatitos blancos y tobilleras azules calzando las piernas nerviosas de otra niña. Ellas quisieron asomarse bajo las panzas para mirarse los rostros, agitaban los pies, miraban con asombro que respondía la otra en la misma forma. Se retuercen de las manos de sus padres, quisieran liberarse, saludarse, reconocerse. El tren hace un desfile que no tiene fin, desesperan los padres. Uno de ellos pierde la paciencia, camina en sentido contrario al tren, le irrita perder el tiempo. El otro toma su sentido, detesta esperar.

Los padres no se adivinaron siquiera, las niñas no se miraron los rostros. Caminan remolcadas por sus ellos, giran la cabeza, estiran sus cuellitos, tienen la esperanza de verse en una de esas. El tren sigue pasando con su estruendo, su procesión eterna. Se han dado la espalda por fin, pero si caminan ambas por el mundo entero manteniendo el sentido que llevan, algún día darán una frente a la otra. Cuando se encuentren habrán de preguntarse: ­ ¿Cómo te fue?