domingo, 6 de septiembre de 2009

Las sillas




En la vera de un camino, a solas en medio de una habitación, sobre un techo, atada al capote de un auto en movimiento, una silla de tres patas perfectamente equilibrada, una silla niña, a la orilla de una playa.


Una silla es un hombre. Tiene risa, es capaz de dislocarse en carcajadas; le rechinan los huesos, se planta erguida; dulcifica su asiento con pasarle una palma abierta en el respaldo; una silla es una anciana, te abraza, te reconoce, dice “tanto tiempo sin verte” y la compostura se nos olvida, comenzamos a mecernos en sus patas traseras y a poco que nos demos cuenta, recuperamos la hechura, la obligamos a sus cuatro patas.

Una silla es una mujer, pintada de blanco, mirando al mar; yo soy una silla, miro la playa, la luz plástica del mar cuando es de noche, oigo el trueno, la lluvia sobre la lluvia; siento la pintura blanca coarteárseme encima, los ires y venires de una marea que se arrepiente, vuelve sobre mis tobillos y aprieta con su humedad mis coyunturas. Una mujer es una silla, un hombre también.

Xalapa, Ver., 12 de octubre, 2003

Foto: Luis Vioque