jueves, 20 de mayo de 2010

Dientes de leche



 Para Marien Aburto, Brenda y su techo de zinc
―Nunca había tenido tanto frío en Mina― le dije a Marien antes de que apagara las luces, justo fue entonces cuando el frío arreció. Me quedé mirando largo rato la impresión del techo fijada en mis ojos. Suspiré y me perdí en la idea de no poder recordar ni remotamente cuándo fue la última vez que estuve en Mina, me esforzaba en vano. Marien se metió a la cama por fin. Quizás tampoco en muchos años me había sentido tan acompañada por alguien de esta ciudad.
Una luz del exterior se filtraba por la cortina. Al cabo de un rato la impresión del techo se disolvió y comencé a mirar de nuevo en la penumbra los perfiles de los objetos. De por sí  la rareza de tanto  frío era suficiente pero además caía el diluvio universal afuera, comenzábamos a perdernos en el sueño pero no quería dormirme aún, disfrutaba el repiqueteo de la lluvia sobre el techo de zinc. Pensé que muchos años atrás ese sonido fue una tortura, le conté a una Marien medio dormida que mi papá disfrutaba su sonido, así que se hizo guaje durante años y no lo cambió nunca; Marien sonrió y en la obscuridad pude  ver su sonrisa cómplice, solo dijo: “a mí también me gusta”.
Cerré los ojos, quise recrear una penumbra distinta y un sonido más sordo todavía. Lo primero que venía a mi mente fueron las puertas de maderas finas de mi casa, de pronto yo tenía la mano sobre un picaporte que llegaba a la altura de mis ojos y deslizaba los deditos sobre el detalle de las vetas. Solía quedarme horas mirando la veta de la madera, mi abuela decía que eso era signo de cierta rareza infantil mía, ¿qué buscaría en esas vetas?
Mis días favoritos eran los días en que llovía, solía tenderme sobre el piso rosa de mi casa a mirar el techo blanco con vigas negras, escuchaba los goterones caer con fuerza, casi hasta el punto en el que me parecía insoportable, y yo cerraba los ojos y trataba de concentrarme en los objetos que me rodeaban, trataba de no pensar en el martilleo de las gotas y ser capaz de reconocer a obscuras los objetos y así me quedaba, inmóvil, hasta que podía viajar a través del ruido.
Una vez la lluvia fue implacable y no cesó durante días completos, aquella vez el estruendo me había ensordecido, apenas se podía charlar como no fuera a gritos, ni qué decir de oír la radio, encender la tele, así que me recosté en mi habitación, cerré los ojos, me concentré en el viaje y  me encontré ahí en la habitación de Marien, con ella a medio dormir a mi costado, me miré las manos, yo era una adulta y no una niña, traté de disimular la sorpresa como pude, a mi lado Marien casi caía en el sueño, yo no la había visto nunca antes, pero la reconocí cuando dijo: “a mí también me gusta”, creo que una mezcla de gran emoción y terror me dejó sin habla y fingí que dormía, me pregunto ahora que lo cuento si me habré quedado dormida y aquello lo soñé con la claridad de un deja vù de lluvia.

Foto: Días de lluvia, de Alí Ricardo Gómez

3 comentarios:

Vicente Corrotea dijo...

Querida Martha: Entre nubes grises de este hemisferio sur he sentido que me has arrastrado por el túnel de los recuerdos a mi infancia. Parte del techo de nuestra casona de adobe se había modernizado de zinc el que se convertía en instrumento musical de la lluvia cuando arreciaba. Y como Marien me hundía en mi cama para leer o darle riendas sueltas a la imaginación escuchando el primer concierto de mi vida.
Gracias. Abrazos.

Unknown dijo...

Muchas gracias Vicente, estoy feliz de haberte llevado a ese lugar tan afortunado que es la infancia. Un abrazo fuerte desde México.

Ali G. dijo...

Raro encontrarse con algo tuyo en otra tierra y otras letras..
que bien que te haya gustado la imagen, por mi lado me gustan las letras