lunes, 28 de abril de 2008

El zapato: prenda íntima

¿Es una prenda o un accesorio? Todo depende.

Uno puede improvisar con el resto de la vestimenta pero no con los zapatos, ese se piensa con cuidado, se escoge, se desea, se desdeña; difícilmente se hereda a otra persona, no así las camisas o las bufandas. Pensemos por un momento, ¿a quién le dejaríamos elegir libremente nuestros zapatos? ¿Y por qué? ¿Por quién tomaríamos el inmenso riesgo de regalar zapatos? ¿Recuerdan ustedes el primer par de zapatos que se calzaron como el triunfo de la libertad de elección sin el consejo prudente de sus padres?

Al hacer una foto “oficial” familiar (por ejemplo de una boda) me siento profundamente tentada a desviar el lente hacia los pies. Pienso como un retrato de mi padre sus zapatos negros perfectamente lustrados, con cierto aire clásico sin ser severos. Podríamos tener un álbum de familia o de generación con zapatos en lugar de rostros, mucha elocuencia tendrían.

Recuerdo incluso los detalles más mínimos de los zapatos rojo intenso que me resigné a mirar a través de un escaparate cuando tenía cinco años y que por alguna razón jamás fueron míos. Creo ahora que por timidez, por pudor, jamás me atreví a pedirlos. Era como un caramelo irresistible, cuyo charol brillante gritaba felicidad, peligro, opulencia. Eran tan perfectos que debieron asustarme.

Pero otros zapatos están en la memoria: los de las personas hitos de la infancia, como rasgos claros de sus personalidades, el fetichismo de 26 centímetros de largo en un tacón de aguja imposible, diseñado por David Lynch; obras como “Botines con lazos” de Van Gogh o “Shoes, shoes, shoes” de Warhol.

En conclusión, este es el espacio de los zapatos que nos calzamos en un sentido metafórico, ¿será arriesgado decir que nos parecemos a nuestros zapatos? Y en general a todo aquello que nos conmueve de alguna manera.

1 comentario:

Unknown dijo...

…ya cerraste la encuesta pero yo pido pantufla!


luisa